La calidad de los alimentos es intrínseca a la satisfacción del cliente. Un producto que cumple con expectativas de sabor, textura y frescura no solo asegura la lealtad del cliente, sino que también fomenta el boca a boca positivo.
El control de calidad no solo es un estándar, sino una inversión en la retención de clientes satisfechos que se convierten en embajadores de la marca.